«Te reto a un duelo» (junio de 2013)
Me pregunto si la precipitación hacia la vorágine en que se ha convertido nuestro mundo es casual o fruto de largas conversaciones entre ese supuesto poderoso grupo que nos maneja desde sus despachos.
Sea cual sea la respuesta, lo cierto es que la prisa, la urgencia, las necesidades básicas y la búsqueda alocada de ocio sólo nos dejan ver un borrón de lo que nos rodea, como si fuéramos montados en un coche a gran velocidad.
Una noche, cuando andes por la calle hacia tu destino, alza la mirada hacia esos rectángulos gigantes donde se encajonan viviendas y piensa que en cada luz de cada ventana está ocurriendo una vida. Vida de una persona que se relaciona con otras vidas. Y, sin embargo, entre una lucecita y otra hay un inmenso desconocimiento mutuo.
El desarrollo se dirige hacia delante, mas la humanidad camina hacia atrás. Estoy segura de que mis abuelos no habrían podido conciliar el sueño si, enfrente de la casa que habitaban en aquella pequeña aldea, hubiera aparecido un nuevo vecino sin mediar palabra con los aledaños.
Ahora, no sabemos si el vecino es un maltratador, o si le gusta pescar, tomar o hacer manualidades. Claro, ni lo sabemos, ni nos importa. Pero estamos enfermos, porque ningún animal cierra los ojos sin haberse cerciorado antes de que está libre de peligro. Y nadie puede negarme que el hombre es un lobo para el hombre (frase latina popularizada por Hobbes).
Tampoco reniego del desarrollo, pues estoy totalmente a favor de la higiene, la salud y el conocimiento. Pero no quiero alejarme del motivo por el que escribo esta nota. Más allá de la «pérdida de los valores morales» sobre la cual tanto murmuran los viejitos, yo quiero demostrar cómo se nos está complicando la existencia debido a este fenómeno.
En primer lugar, la amistad se ha convertido en un concepto tan laxo que todo tiene perdón. Jesucristo decía: «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra» (Juan 8:1-7); y también decía que Dios perdona todos nuestros pecados. Yo no soy cristiana, pero también me rijo por principios.
Está muy bien perdonar los pecados, pero, ¿te han pedido perdón? Desde niños, hemos presenciado cómo cientos de pequeños daños o errores han causado mal a otras personas mientras que el «culpable» no ha tenido siquiera que rogar perdón. ¿Por qué? Porque, en estos tiempos, TODO VALE. Por eso, tu amigo te puede poner verde y luego excusarse con que no le quedó otra opción, o también puede profanar tu hogar haciendo una pintada en la puerta, o montarte los cuernos, o no respetar tus horas de sueño, o dejar de interesarse por tu vida porque tiene un nuevo amor, o no presentarse a la cita, o un sinfín de anécdotas que, desgraciadamente, sólo quedan en eso, anécdotas. Sin embargo, mientras tanto, un malestar nos corroe por dentro, pero desconocemos (o preferimos ignorar) la causa. Y «perdonamos» una y otra vez porque es una de las docenas de excepciones que confirman la regla de lo «buena gente» que es mi amigo.
Así caminamos nuestra vida, engañándonos y engañando, creyendo que «no tomarse nada a pecho» nos va a permitir mantenernos en paz. Pues no. Las cosas importantes no son las que nos ocupan más tiempo o más dinero. Las cosas importantes son las que nos reconcomen de pronto y, en el fondo, no son esas cosas, sino su significado. Pero, al estar embutidos en este día a día, dejamos enterrado el origen de nuestro pesar. Si, en cambio, dedicáramos más atención al origen, podríamos solucionar el problema, que a veces no es más que sacar a esa persona o esa situación del lugar que deben ocupar las cosas importantes. Parece un trabalenguas, pero, al final, en ese lugar sólo quedarán unas cuantas cosas a las que podremos dedicar plenamente nuestra energía.
Atrás quedó ya el guantazo propinado con un guante blanco, con el que se retaba a un duelo a cualquiera que osara deshonrarnos. Ahora, te pegan un guantazo y casi das las gracias.
¿En qué consiste retar a un duelo?
Queridos gramáticos:
En nuestra entrada de hoy, nos tomamos la libertad de utilizar un artículo de opinión para describir un fenómeno tan extendido como acallado por nuestra conciencia. ¿Sabéis de dónde procede la famosa expresión de “te desafío a un duelo”? El origen etimológico del término duelo proviene del vocablo latín ‘duellum’ que estaba formado por ‘duo’ (dos) y ‘bellum’ (guerra, combate), por lo que su significado era ‘guerra/combate entre dos’ y quedó como ‘enfrentamiento entre dos’, que sería su significado literal.
Es interesante descubrir cómo, en el pasado, el sentido del agravio y la ofensa estaban tan desarrollados que hasta el escritor Eusebio Yñiguez publicó en el año 1890 un compendio titulado Ofensas y desafíos: recopilación de las leyes que rigen en el duelo, y causas originales de éste / tomadas de los mejores tratadistas (podéis leerlo completo aquí). Como nos explica el Sr. Yñiguez en esta obra:
“El duelo se ampara en la costumbre, no en las leyes por las que los pueblos se rigen, puesto que todas ellas castigan los desafíos, sino con el rigorismo de edades pasadas, con el bastante para impedir el desarrollo del principio de vengar personalmente las ofensas, castigando al ofensor sin la intervención de los tribunales de justicia. La existencia del duelo se remonta a antiguos tiempos, si bien, como se ha hecho constar en el Prólogo, aquél alcanzó su mayor apogeo en la Edad Media”.
Y vosotros, gramáticos, ¿qué pensáis sobre el duelo y la actitud hacia el agravio de hoy en día? Podéis dejar vuestros comentarios abajo.
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